sábado, 20 de marzo de 2010

REAL MADRID – OLYMPIQUE DE LYON. LA MENTIRA DE LAS CIFRAS.


Hay tres clases de mentiras: la mentira, la  maldita mentira y las estadísticas.
Mark Twain


Los números vuelven a ser engañosos en fútbol, porque cualquiera que eche un vistazo a las estadísticas del Real Madrid – Olympique de Lyon no podrá explicar porqué el equipo blanco no pasó la eliminatoria o, al menos, no ganó el partido.
El Real Madrid remató el doble que el Lyon (16 remates frente a 8), tiró más entre los tres palos (6 contra 3), sacó más de esquina (9 córneres contra 2) y tuvo mucha más posesión de balón (63% del Madrid por 37% del Lyon). El equipo blanco perdió menos balones y recuperó más que el Lyon y, además, completó un total de 466 pases, lo que supone un 78% de acierto frente a los 211 pases de los franceses y su 60% de efectividad. Podríamos pensar que esa aparente superioridad blanca  fue  simplemente una acumulación de pases intrascendentes, pero lo cierto es que la sociedad Guti Cristiano Ronaldo fue la más participativa del encuentro. Una dupla indiscutiblemente ofensiva que se pasó el balón entre ellos hasta 23 veces, cifra a la que no llegó ninguna otra pareja de jugadores en el campo.
¿Será que el Real Madrid corrió poco o tuvo una preparación física insuficiente?   Cada jugador madridista corrió una media de 11.500 metros, mientras que cada futbolista de Lyon completó una media de 11.600. Parece evidente que esos cien metros son una diferencia insignificante, especialmente cuando el Madrid fue tan superior en la posesión de balón. De hecho, Las Diarra y Sergio Ramos fueron los jugadores más generosos, recorriendo más de once kilómetros en los 90 minutos. Incluso Guti, siempre sospechoso de indolencia, corrió más metros que Toulalan. Pero esto es fútbol, el deporte donde las estadísticas casi nunca desvelan los secretos del juego.
Muchos explican lo ocurrido desde las decisiones en los banquillos. Las entradas de Kallstrom y Gonalons podrían parecer una brillante ocurrencia táctica de Claude Puel, pero lo cierto es que fue una decisión forzada por las lesiones de Boumsong y Makoun. Todos los que entraron en el segundo tiempo tuvieron una participación notable en el juego del equipo (Kallstrom estuvo por encima del 70% de acierto en pases cortos y de media distancia), pero ninguno fue determinante para darle un giro de tal magnitud al partido. De hecho, el equipo siguió iniciando el juego con  Cissokho en el lateral izquierdo, el jugador que más participó en el inicio del juego francés, renunciando a cualquier tipo de superioridad en el centro del campo. Para entender más gráficamente la supuesta revolución táctica del Olympique de Lyon, no hay mejor ejemplo que el que ha dado Marcos López en futbolitis.es:
“Para que se entienda, imagínense a Puel dirigiendo al Madrid de Zidane. El movimiento fue éste: quitó a Helguera para meter a Javi García como mediocentro pasando Makelele a jugar de central con Fernando Hierro.”
Descubrir porqué el Real Madrid no rindió mejor es un enigma cuya solución no está en las estadísticas, sino en los indicios que todo aficionado al fútbol ha sido capaz de ver desde el inicio de temporada: amplitud ofensiva sólo gracias a las subidas de los laterales, precipitación en las transiciones defensa –ataque, desequilibrios tácticos propios de una plantilla que aún tiene fisuras, estrellas por debajo del rendimiento esperado… Y además, no estaba Xavi Alonso, Higuaín tiro al palo, Guti desapareció en la segunda parte y una serie de circunstancias que ninguna ecuación puede despejar y que dejaron al Real Madrid fuera de Europa.

martes, 2 de marzo de 2010

EL ENTRENADOR. POR DAVID TRUEBA.

El entrenador es la estampa perfecta de la soledad. Acaba por ser alguien que sabe mucho de un juego al que no puede jugar.
David Trueba 


A pesar de que la intención de este blog no es copiar contenidos de otras web, esta vez no he podido resistir la tentación de incluir uno de los mejores retratos del entrenador que se han escrito en mucho tiempo. Es un texto publicado en el diario El País el pasado mes de febrero, obra de David Trueba, director de cine, escritor, guionista e incluso actor. David no tiene aspecto de entrenador o futbolista, ni siquiera de aficionado al fútbol, pero pocas veces se han descrito mejor los mimbres, ilusiones y miserias de la profesión:

"Hace años que quiero hacer una película en torno a la figura del entrenador. El primer destello nació en una ocasión en que fui a dar una conferencia a una ciudad de provincias y me llevaron a un restaurante. En la mesa del fondo reconocí a un antiguo jugador, no demasiado famoso, que entonces era entrenador del equipo local de Segunda División. El equipo pasaba por problemas y nadie sabía si el entrenador duraría mucho en el banquillo. Lo que me fascinó fue mirarlo. Estaba solo, comiendo con parsimonia un guiso casero y tomando una cerveza, en chándal, con un reloj de oro y con gesto ensimismado. Me pareció la estampa perfecta de la soledad.

Desde entonces los entrenadores atraen mi atención. Puede que, al verlos en esa posición de privilegio, dando órdenes a los jugadores, con esa supuesta autoridad sobre el entorno, mucha gente tenga la falsa sensación de que son tipos a los que envidiar. Pero yo siempre pienso en lo solos que están. Han adquirido la madurez que a los jugadores en activo les falta, ellos ya pueden ver el deporte desde una perspectiva más sabia, más calmada, más completa. Sufren como nadie la velocidad del juego. Ésa que hace que Guti esté muerto y enterrado un día y sea un genio imprescindible siete tardes después. No hay tiempo, la vaca está sobreordeñada con partidos a todas horas, así que la formación de los jugadores tiene que condensarse en los quince días de pretemporada y en las correcciones a cada partido concreto. Es algo así como dar clase subido a la montaña rusa.

Las relaciones con los equipos directivos no son fáciles. Los entrenadores son siempre una apuesta a ciegas y, más aún, en España, donde la paciencia dura siete partidos. Sería impensable disfrutar aquí del sistema británico, donde un entrenador se pasa la vida en el banquillo de su equipo, transmitiendo a los jugadores y a la afición una certeza casi inamovible. Aquí el presidente siempre tiene cara de estarse preguntando: ¿me habré equivocado contratando a este tipo? Luego, en una especie de juego teatral, en el campo, el jugador es la pieza fundamental y el entrenador sólo el espectador con mejor asiento o, mejor dicho, el más cercano al césped. La suerte como entrenador está depositada en ellos y si las cosas no salen bien los marineros hundirán el barco sin que el capitán pueda hacer otra cosa que esperar la patada que lo mandará a los tiburones.

Puede que no todos los españoles llevemos un jugador dentro, que nos sintamos un poco disminuidos ante Messi o Raúl, pero no existe español que no lleve un entrenador resolutivo, fiable y drástico metido en sus zapatos. Todos sabemos lo que hay que hacer, como esos padres que van a ver el partido del chaval y se ceban con el entrenador de su hijo porque no es capaz de sacarle el potencial que él sabe que el niño tiene porque lo ha visto a la hora de la merienda.

El entrenador llega a una ciudad desconocida con su familia, escolariza a sus hijos, convence a la mujer de que cualquier infumable pueblucho es tan disfrutable como Nueva York. Me imagino los domingos a la noche cuando llega a casa tras la derrota y se mete un pastillazo para poder dormir. Cuando los familiares se fatigan de ceses y cambio de residencias y colegios, le dejan ir solo a su nuevo empleo y el entrenador ocupa un hotel o un apartamentito y se pasa las horas libres colgado del teléfono, diciéndole a su niña que apriete en los exámenes mientras en el vídeo repasa el partido que perdieron el domingo sin que le parezca tan dramático el mal juego de los suyos. A los entrenadores se les va poniendo una cara amostazada con el tiempo y, por mucho buen carácter o entrega de profesor de colegio que tengan, no es raro verlos en algún casinillo local o con la nariz roja y las venillas coloradas y no precisamente por el frío. Desarrollan con su segundo y a veces con su preparador físico una especie de relación cómplice y rutinaria que se parece más a la serie Matrimoniadas que a un éxtasis deportivo.

El entrenador termina por ser alguien que sabe mucho de un juego al que no puede jugar. Sólo la capacidad de resistencia a la frustración y el placer del juego y el buen sueldo le harán seguir a lomos de la montaña rusa, aguardando el día en que por fin le toque un partido histórico, pero incluso ese día no olvida que los protagonistas son otros. Y con la maleta siempre hecha para cuando llega la tarde en que el presidente o el hijo del presidente o un vocal de la junta con más arrestos le enseña la puerta de salida con gesto alicaído. Y llega la mañana, a veces no demasiado lejana de aquella otra en que se presentó a la plantilla cargado de esperanzas, en la que se despide de alguno de los jugadores con un apretón de manos o de los otros sacándose un puñal de la espalda. Y ese tipo adusto y serio vuelve a ponerse en el camino hacia ninguna parte, donde tan magistralmente situó el añorado Fernán Gómez a nuestros cómicos de la legua."

David Trueba